La Universidad Luterana Salvadoreña, es una institución que ofrece educación superior de calidad a todos los sectores de la sociedad, poniendo especial énfasis en los más vulnerables. Basándose en un modelo participativo y cumpliendo con sus funciones básicas: docencia, investigación, proyección social e internacionalización, contribuye al desarrollo social, político y económico sustentable del país.
Ser una institución con altos estándares de calidad, capaz de responder a través de sus funciones básicas a los retos emergentes de la sociedad, formando profesionales con capacidad técnica-científica, con vocación de servicio, principios morales sólidos, proactivos, dinámicos, que se interesen por aportar en la construcción de una sociedad más justa.
Por: Dagoberto Gutiérrez*
Publicado: 2015-11-09
Llegó de lejos, de un país de suaves colinas, de vientos tranquilos y de bosques verdecidos. Llegó de Bélgica, de un pueblo al que los romanos consideraban buenos guerreros. Un día de tantos, vino a El Salvador, y ambos se descubrieron: el país descubrió al Padre Pedro, y éste, al país. Sin duda, ambos trataron con las esencias y Pedro supo que el pueblo salvadoreño tenía hambre y sed de justicia y de libertad, y que estaba dispuesto a luchar por todo esto, y el pueblo supo, a su vez, que Pedro venía para quedarse, y que era un pastor enredado en los hilos mágicos y quemantes del compromiso, e hicieron un pacto. El Padre se hizo uno de nosotros, se instaló en nuestras casas y en nuestros patios pobres, y nosotros instalamos los candiles, los cachivaches, en fin, el jardín de la esperanza en el corazón de Pedro, y así nació la entrega entrañable de un hombre a un pueblo, y de un pueblo a un hombre.
El Padre Pedro era audaz y valiente, desafiante frente a los problemas, sonriente y también muy serio, pequeño de estatura, blanco y delgado, y muy comprometido en todo lo que hacía. Aprendió a fumar, sin duda, en medio de la problemática y la resistencia.
Su nombre fue conocido en el país desde mediados del siglo pasado, cuando la dictadura militar de derecha supo que había un cura belga, ahí por Mejicanos, en una de esas iglesias, diciéndole la verdad a la gente, y ocupando la misa y las actividades parroquiales o pastorales para quitarle a los fieles el sombrero de la ignorancia, y la sombrilla de la desconfianza, e instalarles la voluntad, la esperanza y la confianza. Se supo que unos curas, entre ellos el Padre Pedro, estaban dedicados, desde sus púlpitos y cátedras, a la construcción de seres humanos diferentes, y la dictadura entendió esto como un llamado a la rebelión y la resistencia, que era necesario reprimir y perseguir a cualquier costo. Porque todo buen ciudadano tiene que ser obediente y nunca, pero nunca de los nunca, un resistente, y mucho menos un luchador.
Fue perseguido y expulsado como extranjero indeseable, su nombre se hizo conocido, junto con otros, también belgas, como curas revoltosos, solo porque estaban llevando a sus alumnos y alumnas a conocer los barrios marginales, y a enterarse que en el país de la eterna sonrisa había una eterna hambre, y sobre todo, estos muchachos aprendían que la angustia y la desesperanza de los más pobres tenía solución, que ésta solución era liberadora y estaba en las propias manos, voluntad y fuerza del pueblo pobre.
Para la dictadura de esas décadas, así como para la actual, semejante educación era peligrosa y lo sigue siendo, y los sacerdotes dedicados a esto fueron situados en una lista de indeseables, perseguidos y gente que había que expulsar del país.
Pero no era fácil que Pedro D´Clercq aceptara esta situación y cuando la guerra sonaba sus tambores y las horas de acero, de talento y de gloria, definían el reloj de nuestra historia, Pedro también asumió su papel y su lugar como luchador en nuestra lucha más prolongada, más costosa y gloriosa.
La zona del Bajo Lempa se pobló, después de la guerra de 20 años, de campesinos, excombatientes y gente relacionada con la guerra, y ahí se construye el despertar, que es algo así como el amanecer, en un lugar llamado Nueva Esperanza, y todos estos nombres significaban y significan organización, formación, lucha y construcción de una vida nueva para los más pobres, y ahí estaba el Padre Pedro y un grupo de sacerdotes, de monjas y laicos, valientes y dedicados a la construcción de nuevas esperanzas.
El Padre Pedro, con su cigarro y el humo con alas, en medio del calor de la zona, siempre claro de la situación política nacional e internacional, informado y con ansia y capacidad de búsqueda para entender las realidades huidizas, estaba también interesado, como siempre, en que el pueblo entendiera, paso a paso, la culebreante y húmeda coyuntura.
Él parecía desafiar a los horizontes y sus guayaberas siempre cargaban papeles y lápices para anotar y llevar el registro de los días, pero como siempre ocurre, hay un día, una hora y un minuto que contrae matrimonio con todos los otros anteriores, y ese día parece danzar para celebrar algo que sin ser el fin, ni el final, parece serlo. En el caso de Pedro, estoy seguro que él sabe que todo continúa y que en todo lo que continúa cuenta con él, con su energía y su entrega.
El Padre Pedro es de los hombres que nunca mueren, es de las luces que no se apagan y de los rayos que no cesan, siguen siendo fuente de confianza y de esperanza. El duelo por la muerte del Padre Pedro es el encuentro con la lucha de un hombre de fe, y como seguiremos en las mismas vueltas y diligencias, extendemos un abrazo fraterno a Pedro D´Clercq, a su vida, a su lucha, a sus compañeras y compañeros, a su pueblo de Nueva Esperanza y a su entrega. Y nos seguiremos viendo.
* Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña
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